Donnerstag, Dezember 28, 2006

Algo... Vol.II

No

se trataba de una casa cualquiera. No era blanca, al menos ya no lo era. La suciedad había acabado con el poco color que le quedaba. No es que estuviera en mal estado, no, más bien, ya no se encontraba en estado de nada. No era más que una pocilga rodeada de muchas otras. Aunque si cerraba los ojos, aquella casa aparecía en mi mente rodeada de nada.

Fue sencillo reconocerla debido al gran buzón de color azul en la tapia que anunciaba la entrada. Y no era un buzón cualquiera. Estaba limpio, estaba nuevo y parecía haber sido colocado unos días atrás y no más.

Federico portaba la llave del buzón. Era el primer paso. Debíamos empezar por ahí.

Me sentía tan cansada que aunque estaba aterrada no era capaz de dejarme llevar por el miedo. Mi cuerpo podía caer en cualquier momento. Aquellas bailarinas parecieron cómodas cuando las compré. Pero no me paré a pensar que en tal día como ése, el frío, la lluvia, me hubieran hecho sentir que daría cualquier cosa por llevar unas buenas botas y no eso que llevaba en mis pies.

Nos mirábamos. Necesitábamos que de una vez por todas Federico abriera ese buzón con la puñetera llave. Era demasiado importante que lo hiciera lo más rápido posible puesto que la tensión acumulada en cada uno de nosotros podía estallar en cualquier momento.

Karl sería el siguiente en actuar. La orden era clara, precisa. Federico abriría el buzón y Karl se haría cargo de lo que hubiera dentro.

Nunca nos quedó clara la procedencia de ese hombre. Su pelo era oscuro y su barba estaba poco definida. Sus pómulos marcados y sus ojos terribles… Hubiera sido más sencillo, quizá, tras haberle escuchado. Pero nunca pronunció una sola palabra.

Federico avanzó despacio. Se colocó delante del buzón azul e introdujo su mano derecha en el bolsillo del pantalón. Todos vimos por primera vez aquella llave.

Y entonces…, se dispuso a abrirlo.

Continuará…

Mittwoch, Dezember 27, 2006

Algo... Vol.I

Llegamos

a las cinco en punto. Las horas de viaje fueron casi insoportables. Se había estropeado la calefacción del coche y se hacía difícil incluso hablar. Quizá hubiera sido todo más sencillo si la ventanilla del conductor hubiera estado cerrada, pero días atrás, un fuerte golpe la había destruído casi por completo.

No quisimos hacer paradas. Era tan fuerte la lluvia y tan inmensas las ganas de llegar, que no podíamos permitirnos el lujo de sentar nuestros culos en la cafetería de algún estacionamiento y poder entrar en calor.

Así pues, a las cinco en punto conseguíamos aparcar por fin en una especie de campo abierto donde ni un alma se veía.

Bajo el agua, y congelados de frío, fuímos en busca de aquel lugar marcado con una "x" de color rojo en el pedazo de papel cuadriculado que Úrsula llevaba en el bolsillo de su terriblemente fea cazadora de pana naranja.

Nadie hablaba, ciertamente. Ahora pienso que nada tenía que ver con el frío. Sencillamente, entre nosotros existía una aguda relación que lejos se encontraba de ser algo bueno.

Supongo que si hubiéramos podido, nos hubiéramos alejado los unos de los otros mucho antes. Nos hubiéramos mandado al carajo tiempo atrás. Pero era imposible, no aún..., todavía faltaba algo por hacer.

Había odio en las miradas. Miedo, lástima también.

Federico rompió el silencio y pronunció un puñado de palabras que apenas escuché. Nunca le presté atención, debo reconocerlo. Pero se me hacía muy difícil bajo aquellas condiciones comprender a ese ruso chalado. No me molesté en hacerlo. Tampoco él se tomó molestia alguna en repetir. Aunque, todo hay que decirlo, nadie hizo comentario alguno.

Alguien tropezó en ese momento. Nadie miró atrás, pero todos escuchamos la caída. Había charcos y muchas piedras, fue fácil oírlo. Pero no quisimos saber nada, sólo queríamos llegar a ese lugar marcado con la cruz de color rojo.

El campo llegó a su fin, de nuevo civilización seguramente no civilizada, como siempre. Y en ella, la casa, aquella casa. Nuestro objetivo estaba delante de nosotros.

Continuará...