Paseando la encontré.
Estaba en el suelo y brillaba. Pero la gente pasaba a su lado y no se paraba. Nadie miraba, nadie quería saber nada.
Llegué a pensar que eran capaces de reconocerla y..., y eso les daba motivos para ignorarla. Aunque, muchas veces, lo desconocido genera pánico y es también suficiente motivo como para pasar de largo.
Decidí recogerla y poder mirarla de cerca. Y fue enconces cuando, al acariciarla...
Llegué a pensar que eran capaces de reconocerla y..., y eso les daba motivos para ignorarla. Aunque, muchas veces, lo desconocido genera pánico y es también suficiente motivo como para pasar de largo.
Decidí recogerla y poder mirarla de cerca. Y fue enconces cuando, al acariciarla...
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Tuve que saltar varias veces porque las nubes no dejaban de moverse. Y la tierra, arriba, estaba paralizada y cambiaba constantemente de color. A su lado había un dragón verde con cara de elefante que miraba fijamente cómo corría un avestruz que no tenía patas.
Bajé la vista y me encontré con peces. Peces que se deslizaban entre las nubes formando pequeños círculos que rodeaban pájaros. Pájaros que cantaban a la sombra de dinosaurios. Dinosaurios..., que respiraban agua y expulsaban zumo de naranja.
Y fue entonces cuando conseguí ver mi reflejo. Mis orejas habían aumentado formando trompetillas a ambos lados de la cabeza. Mi nariz había desaparecido y mi pelo, que se mantenía negro, caía recorriendo mi espalda hasta rozar mis tobillos.
Mi cuerpo estaba cubierto por una larga capa. Una larga capa con un gran bolsillo. Un bolsillo que guardaba algo. Entonces acerqué mis manos y me dispuse a descubrirlo.
Así tuve mi primer encuentro con mi espada láser. Los colores de la libertad la recorrían, y una luz acompañada de la música de Lou Reed se encendía cada vez que yo pulsaba el botón que decía "Fire". Y es que no tenía filo, ni tampoco era de metal.
Por un momento me sentí en la versión rosa de la Guerra de las Galaxias, y pensé que..., si alguien me había dado tal espada, entonces tenía una misión. Y me dispuse a llevarla a cabo.
Así que comencé a caminar siguiendo un ruido en la distancia. Eran una especie de pasos…, pasos que sonaban extraños. Pasos rápidos, pasos breves.
Levanté la vista y ahí estaban ellos. El ejército de los Pin y Pon se encontraba delante de mí. Y ocupando un lugar primordial entre todos, uno con bigote. Uno cuya sonrisa era tan enigmática como la de la propia Mona Lisa.
Y me habló. Pero no le entendí. Aunque estaba claro que nada de lo que decía era bueno.
Aparté mi capa y saqué mi espada láser. El Jefe Reed comenzó a sonar por todas partes y la tierra, que parecía tan lejana, empezó a acercarse tanto que daba miedo.
La luz cegadora de mi espada iluminó al jefe Pon, y de pronto…, una enorme jirafa de pelo verde se lo tragó. Sólo dejó de él su bigote.
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Cayó de pronto la estrella brillante de mis manos…, y fue entonces cuando me pregunté…, si ese bigote sería capaz de desaparecer eternamente…, eternamente.