Dienstag, Januar 30, 2007

Friedrich

No

consigo acordarme de mí. No consigo recordar cómo olvidarme. Antes de buscar debo encontrarme..., y antes de encontrar debo buscarme.

Toda la vida buscando respuestas sin encontrar la adecuada. Toda la vida buscando encontrar. Toda la vida buscando.

Me dijeron que no cuando pretendía que me dijeran sí. Me dijeron que podía cuando no quería. Me contaron..., que simplemente era querer. Y yo me pregunté qué pasaba si no quería.

Se trata de querer para seguir. No estoy segura de saber qué seguir sin saber qué se quiere. Y si no se quisiera..., de nuevo sigues la vida buscando.

- Siete horas de teléfono, dime cómo estás.

- Ni siquiera sé si estoy.

- Dime dónde.

- No se trata de dónde, se trata de querer saber cómo estoy.

- Se trata de saber cómo y dónde estás.

- No estoy bien, no estoy mal, y no sé dónde me encuentro.

Siete cuervos me rodean. Pensando. Siete cuervos volando. En mi cabeza, siete cuervos, ni uno más.

Te busco mientras te leo. Te desnudo y te deseo..., te beso. Frente a ti y sin palabras. Creí que tenía mucho que decir. Nada me queda.

Acaricio tu cuello pensando sólo en morderlo. Así es..., de nuevo pienso mientras empujo mi cuerpo contra el tuyo y espero.

Sentada sobre ti..., sin palabras. Recitando en mi mente todo aquello que busco decir con palabras cuando mis labios se mantienen en silencio. Escribiéndote una carta usando como pluma mi pecho. Firmaré... cuando te apriete entre mis piernas.

Cuanto más conozco menos sé. Y sabiendo que no sé nada, sigo recorriéndote volviendo a morderte de nuevo.

Apriétame más y déjame sentir que no respiro porque eres tú y sólo tú quien me lo impide.

...

Despacio solté el primer botón y sólo pude decir que Dios murió y fue el hombre quien lo mató.

Montag, Januar 22, 2007

¿Me odias?

No

creas que te escucho. Me mantengo en silencio cuando hablas porque no me creo nada de lo que dices.

No creas que no soy sutil. Mucho callo por precisamente serlo.

No creas que no soy directa... Quizá no me importe una mierda lo que piensas cuando no lo soy.

No pienses que soy egoísta, créetelo.

¿Y ahora qué?

¿Me odias?

Y es que quien diga que no odia algo o que no odia a alguien, miente.

Es sencillo decir que algo no te gusta, pero parece cruel cuando dices que lo odias, a no ser que hables al pedo y entonces la palabra odio brote pero sin significado alguno.

¿Me odias?

Adelante, tienes mi permiso, mi venia. Puedes odiarme cuanto quieras. Cuando termines de hacerlo, dímelo, y haré una reverencia frente a ti. Si resultara que tu odio hacia mí no termina, entonces no me digas nada y sigue odiándome como más te plazca, guardaré para mí mis reverencias hasta que tú quieras.

¿Me odias?

Puedes gritarme, despreciarme. Puedes reírte de mí. Venga, desahógate, rápido.

¿Quieres joderme? Adelante. No pienso moverme de aquí. Venga...


Quizá prefieras atarme de pies y manos y echarme el polvo de tu vida. Yo te miraré... Pero no hagas demasiado ruido, me molesta cuando haces ruido.

Claro que es posible equivocarse, amar, perdonar, confiar…, y cómo no, también odiar. Se trata de otro sentimiento más, un sentimiento de aversión, sí, pero no deja de ser sentimiento.


No creas que no soy sutil. No creas que no soy directa.

Ahora que me odias, dime:

¿Y tú quieres guiarte por tus sentimientos?


Bien…, entonces comienza a hacerlo, pero comienza ya, que tengo prisa.


Image Hosted by ImageShack.us

Montag, Januar 15, 2007

La cajita roja

Había

una vez un lugar encantado a las afueras de un viejo polígono industrial entre las avenidas Manzana y Chocolate.

Allí no existía televisión, ni radio, tampoco había cine. Sí había juguetes, muchos juguetes. Las calles estaban llenas de jugueterías y, al menos un juguetero vivía en una casa de cada tres de las que en aquel lugar había.

Pequeños trenes muy elaborados que anunciaban su salida desde la pequeña estación de madera. Bailarinas que giraban sobre sí mismas. Caballeros provistos de su armadura que montaban a lomos de pequeños caballos de cartón, y tantos otros juguetes que llenaban las horas de entretenimiento de niños y más mayores.

Vivían allí y parecían felices. Parecían no necesitar nada más que aquéllo que ya tenían. Lo que había en ese lugar era únicamente lo que todas esas personas necesitaban para ser felices, lo justo para hacerles sonreir.

Pero no todos eran felices.

Había un castillo. Un castillo en lo alto de una montaña. Un castillo hecho de piedra y rodeado de flores. Un castillo donde vivía una reina, una reina que estaba sola, una reina que se sentía sola.

Hacía tiempo que la reina no era capaz de sonreir. Nadie sabía cómo conseguirlo. Se habían organizado fiestas, habían acudido al castillo los mejores jugueteros con sus mejores juguetes. Pero nadie podía hacer que la reina sonriera.

Alguien se encargó de colgar un anuncio en el periódico del lugar, "Frases y tulipanes", apareciendo así, en primera página, algo como esto:

"Se busca la sonrisa de la Reina"

Todo comenzó a moverse. Cada cuál se puso manos a la obra con su proyecto. Cada uno un proyecto, y todos con el mismo fin. Y comenzaron a pasar los días, las semanas...

Apareció en el castillo una tarde un muchacho. No era de allí... Se trataba de alguien totalmente desconocido. Alguien que leyó aquel anuncio y sencillamente, acudió.

Le recibieron en una sala llena de paquetes, paquetes grandes y pequeños que aún permanecían envueltos. Paquetes que formaban filas enormes y altas columnas. Paquetes que no eran otra cosa que regalos que habían llegado al castillo buscando la sonrisa de la reina.

El muchacho pidió que le dejaran hablar con ella. Traía una pequeña cajita de color rojo y quería dársela él mismo. Pero ella estaba tan enferma que no le dejaron pasar y tuvo que colocar la cajita en aquella sala, al lado de una de las enormes filas de regalos. Una vez lo hizo, se marchó.

Y siguieron pasando los días, y las semanas...

Una mañana que la reina se levantó sintiéndose algo mejor, decidió bajar a la sala esperanzada en encontrar ese "algo" que le devolviera la sonrisa.

Al entrar, se sintió abrumada entre todos aquellos paquetes, entre todos aquellos regalos, y comenzó a abrir algunos de ellos. Pudo ver una preciosa muñeca de porcelana que vestía de naranja y de cuya espalda asomaba una cuerda. Tiró de ella y la muñeca comenzó a hablar, comenzó a reir.

Pudo ver también un gran baúl que tras abrirlo se convertía en un teatro en miniatura donde las marionetas cobraban vida y deleitaban al espectador con historias llenas de humor y fantasía.

La reina seguía abriendo regalos encontrándose con juguetes grandes y pequeños, todos ellos maravillosos, todos ellos muy trabajados. Pero ninguno lograba la sonrisa de la reina, que, cansada y aún más triste, decidió volver a encerrarse en su habitación.

Ya no quería seguir abriendo regalos y pidió que lo hicieran por ella. De vez en cuando bajaba y veía todo colocado, ordenado..., perfectamente situado para que en un primer vistazo pudiera ver de qué se trataba. Pero..., nada llamaba su atención.

Había transcurrido casi un año, nada había cambiado. Dejaron de llegar regalos y los que habían llegado permanecían guardados sin que nadie los hiciera caso alguno.

Una mañana, alguien golpeó la puerta donde la reina descansaba. Se acercó a ella portando una pequeña cajita de color rojo. Una cajita que por su tamaño nadie había visto hasta ahora, y la acercó a sus manos. Ella la abrió. Lo único que encontró fueron restos de algo que había estado guardado ahí. Restos de algo que le provocó náuseas, le horrorizó.

Muy enfadada mandó a buscar a aquel muchacho que cierto día le llevó aquéllo. Colgaron anuncios de nuevo, fueron casa por casa, preguntaron a todo el que pudieron preguntar. Pero nada encontraron.

Ya, al cabo de varias semanas, alguien se presentó en el castillo y solicitó ver a la reina alegando tener información sobre aquéllo que buscaban. Era un hombre mayor.

Aproximadamente treinta minutos permaneció aquel hombre en la habitación de la reina, después se marchó.

Ese mismo día, quizá una hora después, sonaron las campanas en el lugar encantado. Sonaban anunciando que la reina murió.

La reina había muerto tras enterarse de que aquéllo que encontró, aquellos restos que le horrorizaron, era lo que quedaba de un corazón. Un corazón era lo que aquel muchacho le había regalado buscando su sonrisa. Su corazón. Y ella, lo había visto demasiado tarde, tan tarde que cuando intentó encontrarle, él murió.

Freitag, Januar 12, 2007

Mis ojos eres tú

Image Hosted by ImageShack.us

Oyendo

los pasos de la gente al pasar, respondo. Cuando me miran, respondo. Cuando creen que no les veo, respondo.

Creen que saben todo, pero no saben nada. Y yo..., lejos de saber que yo tampoco sé, respondo.

Las horas del día sin luz. La noche eterna. Los días sin final..., los silencios, las voces que no significan nada, los ruidos, es siempre tarde.

Todo

está tan vacío que ya no cabe nada. No cabe porque ya está lleno de nada. Y esa nada, siendo todo, me deja vacía y llena..., de algo..., de nada.

Cada vez más grande es lo más pequeño. Cada vez vale más. Cada vez me hace sentir más pequeña. Pequeño es lo que grande es. Grande se va haciendo pequeño.

Todo

cambia. Y es tan igual que parece que no hubiera cambiado nada. Y porque es tan igual ha cambiado, pero no lo suficiente, no lo necesario para poder decir que todo cambiará.

Y poco a poco voy cayendo, y poco a poco voy sintiendo..., vuelvo a recordar poco a poco. Mientras todo va cambiando, sabiendo que no llegará a hacerlo, mientras todo va cambiando, poco a poco voy cayendo, poco a poco voy sintiendo..., poco a poco voy muriendo.

Oyendo

los pasos de la gente al pasar, respondo. Cuando me miran, respondo. Cuando creen que no les veo, respondo.

Y sin decirles nada, les digo..., que todo es nada..., y que nada se ha convertido en mi todo.

Montag, Januar 08, 2007

Dos

Quizá

debiera retomar, seguir con lo que estaba escribiendo. "Algo" se está convirtiendo en una historia que va más allá de un solo post. Y seguiré haciéndolo, seguiré escribiendo..., pero no hoy. Hoy no puedo centrarme en Úrsula ni en Federico, hoy no puedo jugar a adivinar letra alguna...

Hoy necesito dedicar estas líneas a alguien, a algo..., a mí misma, puede que sean simplemente para mí.

Hoy no me siento bien. No me siento bien desde hace días... Y llevando tiempo pensando en esto, en lo otro..., hoy sólo pienso en algo, en alguien. En alguien o en algo que tengo sin poder tener. En algo o alguien que siento y que puedo tener.

En alguien... que puede querer tenerme y quisiera poder tener.

En algo que tengo..., y sé que puedo perder. En algo que sé que debo perder.

Y lo siento...

No sé dónde estás, pero sé que estás ahí, conmigo. Y lo siento... Pienso en ti y te siento..., aunque evite muchas veces pensarte para poder también evitar sentirte.

Las nubes aparecen y desaparecen. No te escucho respirar, pero te siento... Y lo siento.

Quisiera poder ofrecerte un mundo de colores. Quisiera poder enseñarte que la vida no es tan mala como realmente sé que es. Poderte hacer soñar, quisiera..., y poder crear magia en tus sueños.

Quisiera poder darte lo que soy y ayudarte a que llegues a ser cuanto quieras.

Quisiera no ser yo, no para poder ser alguien. Quisiera no ser alguien..., quisiera dejar que fueras..., pero sin ser yo.

Quisiera cambiarlo todo. Quisiera tener en mis manos cuanto necesito para hacerlo. Quisiera, aunque fuera..., poder y saber pensarlo. Quisiera cambiarlo todo...

Quisiera que no me odiaras..., quisiera no tener que recordarte. Porque sin aún hacerlo..., me hago a la idea de ello..., y me muero.

No sé dónde estás, pero sé que estás ahí, conmigo. Y lo siento... Pienso en ti y te siento..., aunque evite muchas veces pensarte para poder también evitar sentirte.

No sé cuándo llegaste..., no sé cuánto tiempo llevas mirándome..., has tenido que llamarme para que me diera cuenta de que estabas ahí..., y ahora..., ahora no puedo abrir la puerta.

Por primera vez no me siento sola.

Paredes azules a mi alrededor. Caras sonrientes..., una lámpara que gira y va dejando dibujos a su paso...

No sé cuando llegaste..., y debiendo ser más, cada día que pasa es uno menos sin disfrutarte...

Quisiera que no me odiaras..., quisiera no tener que recordarte. Porque sin aún hacerlo..., me hago a la idea de ello..., y me muero.

Parte de mí has sido. Parte de mí eres. Parte de mí te llevas.

Necesito que no te vayas, pero sé que te debes marchar. Sólo prométeme algo..., prométeme que volverás.



Sonntag, Januar 07, 2007

Algo... Vol.V

Nos
fuimos separando. Buscábamos un pequeño rincón independiente al resto. Y de ese modo, nos perdimos de vista los unos a los otros.

Yo me dispuse a subir las escaleras esperando encontrar en el piso superior un poco de comodidad. Necesitaba cerrar los ojos y descansar, aunque sólo fuera durante unos minutos. Y de ese modo abrí la puerta de lo que parecía una habitación donde en un tiempo hubo muebles. Y digo en un tiempo porque el suelo estaba lleno de marcas que daban a entender que alguien los había arrastrado una y otra vez por ese suelo. Al menos había un estrecho colchón tendido en él y una caja destartalada de ésas que suelen colocar en las fruterías.

Por fin me senté, descalza, y estuve un rato frotando mis pies helados y empapados. Cuando me sentí un poco mejor me concentré en la pequeña tarjeta que Karl me había entregado. Al mirarla me encontré con un número, el número cuatro. ¿Qué significaba eso? ¿Sería yo la cuarta? ¿La cuarta de qué?

Al lado del número había un dibujo. Era una silueta de ésas con un muñeco ahorcado. Es decir, el famoso juego al que tantas veces en el colegio me dediqué durante las horas de clase con el compañero de mi lado, o quizá con el que delante de mí se sentaba.

El dibujo no estaba completo. Restaba una jugada más para que estuviera “kaputt”. Y bajo él, una palabra incompleta también. Una palabra de cinco letras pero que sólo tres tenía. Un movimiento más, una jugada, y ese muñeco estaría salvado o…, completamente muerto.

Empecé a encontrarme realmente mal. Tenía unas ganas tremendas de vomitar. Por mi cabeza paseaban mil ideas, mil imágenes. ¿Debía adivinar yo esa palabra? ¿Tendrían los demás en sus tarjetas el mismo dibujo, las mismas letras? ¿Qué ocurriría si fallara? ¿Qué coño era ese número cuatro?

Empecé a jugar…, y el tiempo comenzó a hacerse eterno.





Continuará…

Donnerstag, Januar 04, 2007

Algo... Vol.IV

Nos

acercamos a la puerta principal de la casa. Úrsula iba delante y poco nos dejaba ver al resto. No sería de extrañar que hubiera jugado como pívot en algún equipo de básquet. Aunque su espalda era increíblemente ancha, así que también podría haber sido nadadora. Lo que no es probable es que se hubiera dedicado al mundo de la moda puesto que su forma de vestir era un tanto peculiar además de hortera. Una cazadora naranja, pantalones con enormes flores estampadas y unas botas altas imitando la piel de un leopardo.

Como si un petardo le hubieran puesto en el culo, avanzó rápidamente e incrustó sus uñas en la parte alta de la puerta, bajo algo que parecía un fallo propio de la madera. Todos observábamos mientras ella dejaba asomar una pequeña llave que acto seguido empleó.

Fuimos entrando uno a uno a la oscuridad total. Pero como en muchas casas, el cajetín de la luz se encontraba en un extremo próximo a la puerta. Karl se ocupó de ello y en unos instantes pudimos vernos las caras de nuevo. Instantes, sí, instantes que habían sido iguales desde el primer día. Se hacían largos y estaban repletos de odio, miedo y angustia.

Como auténticos desconocidos en un lugar que también lo era, avanzamos y encontramos lo que parecía un salón principal donde el mobiliario era escaso. Unas sillas, una mesa, y una imitación del Matrimonio Arnolfini colgado en la pared.

“Sólo en la habitación pintada con vuestros nombres recibiréis las palabras pertinentes”

Esta frase había invadido mi cabeza desde hace días, y en ese momento pude comprenderlo todo. Nuestros nombres estaban escritos uno por uno, silla por silla. Cinco sillas, cinco nombres. Y un cuadro, un cuadro que “pintaba” la habitación.

Nos sentamos cuatro. Karl permaneció en pie y sacó algo de su bolsillo, el mismo bolsillo en el que minutos antes todos vimos cómo guardaba lo que un papel parecía. Y así era, se trataba de un sobre.

Lo abrió y se acercó a Federico. Extrajo del sobre lo que parecía una tarjeta en blanco con algo pintado y se la entregó. Del mismo modo, nos fue entregando uno a uno la nuestra.

“Una vez recibidas, buscad soledad”

Estaba claro. No hizo falta preguntar. Cada cuál se levantó de su silla para dirigirse a algún otro rincón de esa casa. Aunque la verdad es que también estábamos solos cuando nos encontrábamos juntos. La diferencia no era demasiada. Pero las indicaciones sí eran demasiado precisas como para saltarse alguna de ellas.

Continuará…

Dienstag, Januar 02, 2007

Algo... Vol.III

La

llave tornada en la cerradura del buzón. Federico había dado ya un paso atrás y era ahora Karl quien se encontraba situado en su lugar.

Un papel, un mísero trozo de papel. Eso fue lo que mis ojos pudieron ver que Karl tomaba del buzón. Pero pudimos ver también que usó ambas manos y ambas también terminaron dentro de sus bolsillos. Si en una vimos parte de un papel, en la otra no podía verse nada. Debía ser terriblemente pequeño, y ahora estaba oculto en su bolsillo sin generar marca, alguna señal que nos desvelara de qué se trataba.

No puedo decir que en ese momento me encontrara más tranquila. Nadie lo estaba. Me incomodaba ignorar lo que ese hombre de mirada atroz y sonrisa inexistente había sacado de aquel buzón azul.

Cinco personas estábamos allí y una de ellas escondía ahora algo que las cuatro restantes queríamos conocer. Hubiera sido sencillo agarrarle entre todos, impedirle cualquier tipo de movimiento y sacar de sus bolsillos aquéllo que habíamos ido todos a buscar pero que por lo visto sólo él podía tener. Y si al intentarlo su reacción no era buena, entonces podríamos golpearle tan fuerte como para que tras hacerlo él no pudiera contar tal cosa. Al fin y al cabo, ya nada iba a superar todo lo que dejamos atrás cuando montamos en aquel coche.

Seguramente a todos se nos pasó por la mente hacerlo. Pero creo que aún éramos conscientes de que del mismo modo que él había jugado su parte del papel, nosotros teníamos el nuestro. Y cuando llegara ese momento, podría ser yo misma la siguiente y querrían entonces golpearme a mí.

Así debimos pensarlo todos, puesto que aunque mirábamos a Karl rozando el odio, nadie hizo absolutamente nada.

Federico tomó la llave de nuevo y la guardó. Pude ver cómo tras hacerlo lanzó una sutil mirada a Úrsula. Creo que no fuí la única en darme cuenta, y menos aún, la única en pensar que entre ambos existía un rollito un tanto "diferente". Yo empecé a darme cuenta de ello un par de días antes de iniciar nuestro viaje, en aquella cafetería de cortinas rancias donde el café había sido el peor que había probado en mi vida.

Pero, si soy sincera, debo decir también que Úrsula podría haber mantenido ese "rollito" con cualquiera de los otros, sin ser Federico especial. No hacía falta más que verla, se notaba bastante que esa chica podía ser cualquier cosa además de ser ninfómana.

Pero en este caso, quizá y sólo quizá, la mirada lanzada por Federico no era más que un recordatorio, ya que todos sabíamos que el siguiente paso era entrar en la casa. Y era esa ninfómana quien portaba la clave para hacerlo.

Continuará...